Westworld. Haga sus sueños realidad sin remordimientos.

Por R. G. Wittener

En 1973, Michel Crichton dirigió y firmó el guión de un clásico de la Serie B de Ciencia Ficción: Westworld, traducida al español como Almas de metal. Siguiendo la misma receta que le permitió triunfar con sus novelas, Crichton planteaba la posibilidad de un invento científico revolucionario y, partiendo de ahí, imaginó un desastre catastrófico. En el caso de Westworld se enfocó en las inteligencias artificiales y asustó a sus espectadores con el peligro de desarrollar androides humanoides que pudieran descontrolarse. Personalmente, no llegué a ver la película hasta hace unos pocos años, y la impresión que me dio es que tenía una propuesta interesante pero un desarrollo de lo más simplista.

En 2013, Jerry Weintraub recuperó la idea de Crichton y, con la colaboración de Jonathan Nolan y Lisa Joy, consiguió exprimir su trama, en el amplio sentido de la palabra, creando una serie de televisión que emitió HBO en 2016. Una idea que los aficionados a la ciencia ficción y los dilemas con las IAs nunca podremos agradecerle lo suficiente (y que algunos, como yo, lamentaremos haber tardado tanto en disfrutar). Las casi diez horas de la primera temporada (con una segunda a punto de estrenarse) son una delicia. De nuevo se nos presenta un parque de atracciones de última generación, en el que los visitantes pueden disfrutar de una gigantesca recreación del Salvaje Oeste, poblado por androides que imitan a la perfección a los típicos personajes del Far-west (e incluso a su fauna). Sin embargo, mientras que Crichton derivó hacia una historia de terror pseudocientífico con los androides convertidos en monstruos, la nueva Westworld cambia por completo ese planteamiento y nos hace experimentar la terrible realidad de los androides: seres que no solo son capaces de sentir, si no que han sido provistos de una historia personal, unos recuerdos de un pasado inexistente y unos vínculos sentimentales ficticios que les hacen creer que son personas. Y en el mismo primer episodio ya se nos da una visión muy aproximada de lo que es vivir en un bucle sin fin, obligados por la «línea narrativa» del parque a interpretar a un cierto personaje, y llevar a cabo las mismas acciones una y otra vez, día tras día. Pero, sobre todo, sometidos a cualquier deseo que puedan imaginar los visitantes humanos, ya que su única función es hacer realidad los sueños de esas personas, por más oscuros y retorcidos que sean. En este cambio de perspectiva, el terrorífico Hombre de negro que encarnase Yul Briner tiene también su contrapartida actual de la mano de Ed Harris. Solo que el monstruo, esta vez, no es un androide.

El debate transhumanista discurre por unas sendas similares a las de la serie Humans (adaptación de la sueca Real Humans, por cierto). ¿Hasta qué punto acabamos degradando nuestra propia humanidad, si somos capaces de desconectar nuestra empatía frente a seres que, por más artificiales que sean, están vivos? Después de dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos contra una cosa que es igual que cualquier humano, ¿quién no temería que eso acabase por liberar el apetito por una víctima «más real»? En la serie, los visitantes recurrentes son adictos a la sensación de no estar sujetos por ataduras morales; de poder llevar a cabo las atrocidades que nunca se atreverían a cometer en el mundo real, porque en Westworld no deben correr con las consecuencias. Y se da a entender que sus retornos se deben a que «solo allí» se atreven a liberar a sus demonios. Pero yo me permito dudar de que, una vez abierta la caja de Pandora, fuera a ser tan sencillo no dejarse llevar por la tentación.

La serie explora también el campo del conflicto moral que deberían enfrentar los creadores de unos seres cuyas IAs los hacen casi humanos por entero. En la serie tenemos a Anthony Hopkins como Robert Ford, el creador que actúa desde la perspectiva de un dios y se niega a ver a los androides más que como simulacros muy sofisticados de personas reales (con un nivel de interpretación que llega a recordar a Hannibal Lecter). Pero, a medida que transcurren los episodios, descubrimos que hubo otro científico implicado en el desarrollo de las IAs, y que su postura era diametralmente opuesta a la de Ford. Que para este hombre todos los rasgos humanos de los androides les convertía, en definitiva, en seres humanos, y como tales debía impedirse la explotación a la que iban a ser sometidos. Una disparidad de opiniones que no terminó con la muerte del segundo progenitor, pues en la arquitectura de los cerebros cibernéticos quedaron incrustados unos procesos que les animan a escapar de la trampa en la que encerraron sus mentes. Y es que de hecho la manipulación que sufren es de tal envergadura que, a pesar de que se les borre la memoria al final de cada bucle, no pueden evitar conservar pequeños fragmentos de lo que han vivido. Recuerdos que vuelven a su memoria durante su tiempo de «sueño», haciendo que revivan como pesadillas todo aquello que les han hecho sufrir los visitantes. Amén de tener flashes sobre las distintas vidas que han inventado para ellos los guionistas del parque a lo largo de los años. Ecos de unos sentimientos que definieron lo que eran, hasta que alguien decidió cambiar por completo su existencia. Y pocas cosas hay tan horribles como descubrir que toda tu vida y todo lo que sabes sobre ti es mentira.

Argumentalmente, la primera temporada se vertebra en torno a las tramas de dos personajes femeninos (las androides Dolores y Maeve), y dos personajes masculinos (el Hombre de negro, y Robert, el co-creador de las IAs). Todos atrapados en Westworld, bien de forma voluntaria u obligada, mientras intentan encontrarle un sentido a sus vidas (o, en el caso de Ford, agarrándose a la única vida que tiene sentido para él: controlar el destino de sus criaturas). Enredados sin poder evitarlo en esa dinámica de eternos bucles que define el parque y que nos acaba dirigiendo hacia un final en el que acaban colisionando las ansias comerciales de quienes dirigen el parque con los propios deseos de estos personajes. Un final apoteósico, después del cual a mi se me ocurre que la segunda temporada podría tener un cierto regusto a Retorno a Parque Jurásico. En cualquier caso, resulta imposible comentar más al respecto sin fastidiar a todos aquellos que aún no hayan visto la serie. Tan solo puedo animaros a que, en cuanto acabéis de leer éstas líneas, os preparéis para disfrutar y darle muchas cosas con las que pensar a vuestro cerebro.

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Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson

 

Por R. G. Wittener

Lo peor de los clubes de lectura es que tienden a sacarte de tu zona de confort, obligándote a leer libros cuya temática, a simple vista, no te resulta nada llamativa; pero la mejor virtud de un club de lectura es que, gracias a esas «lecturas forzosas», acabas descubriendo a autores que podrías no haber conocido jamás. Y en mi caso, la última revelación que debo agradecer a mi club de lectura es Shirley Jackson.

Cuando te topas con un autor que te llama la atención, la reacción obvia es indagar por su obra y su carrera para saber qué otros libros te has perdido hasta ahora. Lo cual me llevó a descubrir a una de esas figuras brillantes cuya estrella se apagó muy pronto: murió antes de cumplir los cincuenta años, medicada a base de anfetaminas y barbitúricos, pero con un gran reconocimiento literario (varias veces incluida en la antología de Mejores Historias Cortas de América, ganó el premio O. Henry, además del Edgar Alan Poe de Misterio, y sus novelas fueron elegidas entre las mejores del año por el Times y el New York Times). De hecho, al pasar del tiempo ha acabado dando nombre a unos premios literarios dedicados al suspense, el terror psicológico y la fantasía oscura. Aparte de que autores como Stephen King, Neil Gaiman o Richard Matheson han reconocido tenerla como influencia en sus inicios. Por desgracia, en lo personal no puede decirse más que sufrió con resignación un matrimonio lleno de infidelidades y controlador, y que su físico le deparó buena parte de los problemas de salud que acabarían por matarla. Algo que podría estar detrás de la intensidad psicológica que, al menos Siempre hemos vivido en el castillo, muestra en sus páginas.

La novela, escrita tres años antes de su fallecimiento, está ubicada en Vermont, en un pueblo ficticio, y esto es interesante porque hay constancia histórica de que Shirley Jackson tuvo problemas para relacionarse con sus vecinos de North Bennington, un pueblecito de… sí, lo habéis adivinado, Vermont. Su narradora y protagonista es Mary Katherine (Merrycat) Blackwood, una joven de dieciocho años que vive recluida en la mansión familiar con su hermana Constance (que ya roza la treintena) y su tío Julian (inválido y en un avanzado estado de senectud). Los tres, y muy en concreto Constance y el tío Julián, sometidos a un régimen de clausura desde que una inesperada tragedia golpease a la familia Blackwood seis años antes. Un evento que acabó por exacerbar resentimientos previos entre los habitantes de la mansión y los vecinos del pueblo.

¿Qué es lo que hace tan interesante la novela? Pues en primer lugar el universo mágico y contradictorio de Mary Katherine, a quien Carol Joyce Oates califica en su análisis de la obra de paranoica y yo me atrevería a decir que bordea la sociopatía. Los monólogos internos, en los que nos hace partícipes de sus comportamientos obsesivos o de sus ensoñaciones fantásticas, están dotados de una lírica muy hermosa y muestran a alguien con una gran sensibilidad; y aún así nos pasamos toda la novela decidiendo si Mary Kate debe gustarnos o es lógico odiarla, porque los personajes que se cuelan en su limitado universo (vecinos, familiares lejanos, curiosos…) demuestran muy pronto estar en la zona gris del espectro moral. De modo que el abierto desprecio que se profesan unos y otros no es sino la prueba palpable de lo enconado que se ha vuelto su conflicto en un «ecosistema social» tan pequeño y cerrado. Pero aún hay algo más: el misterio que rodea a la noche en que la desgracia se cebó con los Blackwood. En una serie de escenas, que llegan a estar cargadas de no poco humor negro, se nos van desvelando detalles sobre lo que ocurrió y qué papel jugó cada uno de los habitantes del «castillo». Una trama que se añade a ese juego de amor/odio que nos plantea Jackson respecto a sus personajes.

En cuanto a la técnica literaria de Jackson, que me disculpen los entendidos si me atrevo a buscarle influjos Kafkianos, pero la historia de ese grupo de personas apartadas del mundo, repudiadas por todos, que viven bajo el recuerdo de un hecho infausto y rodeadas por el variopinto legado de las generaciones Blackwood pasadas, mezcla algo de la condena autoimpuesta y el miedo a salir de su escondite de Gregor Samsa. Si a eso le añadimos que su primera novela, La lotería, plantea un caso de chivo expiatorio que puede recordar a El proceso, no parece tan descabellado apuntar esas similitudes. Por otro lado, tenemos el extraordinario trabajo de crear a un personaje que hace las veces de narrador… desde el punto de vista de alguien que, como ya he dicho, muestra comportamientos paranoicos, trastornos obsesivos y un toque de sociopatía, de modo que los lectores vemos al resto de personajes a través de ese tamiz; amén de ser partícipes de las muchas manías y supersticiones que dominan su vida. Todo lo cual se concreta en un brillante ejercicio literario.

Por todo lo explicado con anterioridad solo puedo acabar este artículo recomendando Siempre hemos vivido en el castillo. A los lectores, porque la obra de Shirley Jackson de seguro les va a sorprender; a los aspirantes a escritores, porque su técnica les va a permitir aprender a crear narradores inusuales y a trabajar los perfiles psicológicos mediante los diálogos. Y ya puestos, pueden empezar a buscar las novelas que han ganado el premio Shirley Jackson durante los últimos diez años y decidir si han conseguido igualar su calidad.

-COMIC- Monstress: Tim Burton se coló en Studio Ghibli.

Por R. G. Wittener

La obra de Marjorie Liu y Sana Takeda llegó a España apenas dos años después de comenzar a publicarse en USA, avalada de forma unánime por la crítica especializada y con el premio Hugo a la mejor novela gráfica de 2017. Aunque yo, que ando bastante desconectado del mundo del cómic (una medida precautoria para no saturar mis ya exhaustas estanterías), no supe de su existencia hasta que leí los piropos que le dedicó una amistad de Facebook. Pero no fue hasta tener un ejemplar en las manos y hojear sus páginas que captó por completo mi atención.

La trama de Monstress gira en torno a Maika Mediolobo, una muchacha empeñada en rellenar los huecos de su oscuro pasado con la esperanza de que eso la ayudará a comprender (y dominar) los terribles poderes que la rodean. Unos poderes que la sitúan en medio del largo conflicto que enfrenta a las tres razas de este universo: los Ancianos, los Humanos y los Arcánicos.

La más antigua y poderosa de las fuerzas en confrontación es la raza de los Ancianos: dioses antropomórficos con rasgos animales cuyos poderes, antaño infinitos, están ahora declinando, y que a los lectores de fantasía clásica puede que les recuerden a la corte élfica de El señor de los anillos. Además, al incumplir las leyes que ellos mismos se impusieron respecto al trato con los humanos, provocaron el problema que subyace en el fondo de la guerra. En el extremo contrario, aquellos que antes eran meros juguetes curiosos y atractivos para los Ancianos, los Humanos, han pasado a ser una fuerza militar temible. Y su rivalidad no deja de ser alentada y mantenida en pie por la terrorífica secta de las Cumaeas y su odio a los Arcánicos. Porque, a la postre, no tardamos en descubrir que este mundo está a las puertas de su conflicto definitivo. El que decidirá la supremacía de un bando sobre todos los demás (a costa del exterminio, probablemente), debido a una cuestión religiosa: la prohibición de que los Ancianos se apareasen con los Humanos. Y es que de esa mezcla surgió la tercera raza en discordia, los Arcánicos; criaturas que suelen mostrar rasgos de animales y que pueden poseer habilidades sobrenaturales. Estos mestizos, ignorados por los Ancianos y despreciados por los Humanos, se acabaron organizando en clanes para sobrevivir a las persecuciones recurrentes que las Cumaeas lanzan contra ellas.

La lectura te absorbe desde el primer momento porque, todo ese resumen previo, se acomete como una misión de descubrimiento. La idiosincrasia de este mundo, las rivalidades entre sus diferentes razas, y las conjuras que se están urdiendo en el seno de cada una de ellas, se van vislumbrando en este primer tomo (recopilación de seis números de la serie), a media que Maika Mediolobo va cruzándose con unos y otros… y huyendo de todos.

Siendo Monstress un comic, no se puede dejar de hablar de su apartado gráfico. Que, por otra parte, resulta espectacular. Sana Takeda despliega su talento con unos paisajes y, sobre todo, un diseño de personajes de un estilo preciosista que, en el ámbito del cómic americano, sólo había visto en Michael Golden, Barry Windsor-Smith y Travis Charest. Un acabado que contribuye a aumentar el impacto en el lector, pues hace aún más brutal el contraste entre el cuidadoso detallado de esos hermosos dibujos y la historia, solo apta para adultos, que se está desarrollando ante nuestros ojos. Y dentro de ese despliegue visual con sabor a manga, me gustaría resaltar el diseño de los elementos vinculados a lo sobrenatural y lo místico, ya que me recordaron a La princesa Mononoke, El castillo en el cielo y Full metal alchemist… de las cuales habría recogido sus aspectos más tenebrosos, en todos los casos.

En definitiva, en las páginas de Monstress nos vamos a encontrar con una fantasía medieval «sucia». Muy sucia. En la que es probable que nos manchemos de sangre si tocamos algo. Dentro de un universo plagado de reminiscencias orientales, en el que conviven y se enfrentan la magia, la alquimia, los demonios y hasta es posible encontrarse con seres que recuerdan a los viejos dioses lovecraftianos. Todo ello con un plantel de personajes que bordean con más frecuencia el grís oscuro que el blanco, en el que predomina (por no decir que lo monopoliza) el sexo femenino. Y por si todo lo anterior no bastase, hay un divertido guiño a la naturaleza de los gatos que, de seguro, hará las delicias de los aficionados a los felinos.

 

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Última etapa: Los MAESTROS siguen vigentes, cuarenta años después.

Por R. G. Wittener

Resulta muy curiosa la manera en que el destino hace que ciertos elementos acaben cruzándose en tu vida. Y, sí, eso significa que creo en que las casualidades ocurren. Pero es que resulta muy difícil no hacerlo, cuando te ocurren cosas como la compra del ejemplar de este libro. Porque llegó a mis manos en una compra de una librería «de viejo», y yo no soy un gran cliente de las librerías de segunda mano. Ni siquiera un cliente asiduo. He visitado alguna, haciendo tiempo mientras esperaba a que llegase el amigo con el que había quedado, y he hecho uso de sus servicios para regalar algún libro que ya no se podía conseguir de otra manera; pero ese es el escaso bagaje de mi experiencia con estos comercios. En comparación con ciertas amistades, casi no soy ni un novato. Claro que, si no me preocupase el espacio que iban a a acabar ocupando en mi casa, quizás dejaría sueltas las riendas a mi curiosidad lectora y atacaría sus estanterías con más fervor. El hecho es que, durante la última HispaCon, y aprovechando el tiempo libre que me había quedado entre una charla y otra, me fui paseando por los puestos de las distintas editoriales y librerías. Con más intención de mirar y apuntar títulos con vistas a un futuro que con la idea de comprar, por miedo a volverme a casa con el doble de peso en la maleta. El caso es que uno de ellos, una librería de segunda mano, tenían bastante rebajados los precios. Y reconocí las portadas de varios libros de ciencia-ficción y fantasía, por los ejemplares que había leído en la biblioteca del barrio cuando era un adolescente y podía dedicarle toda la tarde a la lectura. Así que empecé a curiosear y a pensar en la cantidad de textos «clásicos» del género que aún tengo en el debe de lectura, y mi habitual renuencia a saturar la biblioteca de mi casa se relajó por un instante. Y, pensando en que lo mejor era jugar sobre seguro, escogí un par de libros cuyos autores estaban más que reconocidos. Pero ni por asomo se me podía ocurrir que iba a dar con semejante tesoro al elegir este ejemplar, de entre todos los libros que descansaban allí sus añosas portadas.

¿Por qué digo que este libro es un tesoro? Pues porque Última Etapa es una antología cuyo formato, si nadie se ha atrevido a imitarlo, debería de recuperarse ya. Ahora mismo. Aunque, si se publicase una antología a imitación de ésta, me pregunto si repitirían las temáticas. ¿Eliminarían alguna para introducir otras? ¿Harían la lista más extensa? ¿Son las predicciones sobre el cambio climático un tema con entidad propia, o seguiría dentro de la categoría del fin del mundo? Me gustaría verlo, desde luego. Y estoy seguro de que hay autores más que capacitados para compararse con los maestros de sus páginas, y presentar propuestas igual de válidas (Orson Scott Card, William Gibson, Úrsula K Leguin, Tim Powers, Greg Egan…). No solo por la calidad de sus textos, si no por las reflexiones finales que cada uno de sus autores expresaron respecto al tema que se les propuso, y las obras que ellos mismos recomendaron para quien tuviera interés. Cualquier aficionado a la ciencia-ficción que comprase este libro a mediados de los setenta, es probable que acabase leyendo veinte o cuarenta novelas y relatos de los mencionados en esa sección. E incluso a día de hoy es una guía más que válida para introducir a alguien en la época clásica del género.

Y ya, sin más preámbulos, paso a comentar los relatos que conforman la antología.

 

-Compramos gente, de Frederik Pohl.

Con la premisa de hablar sobre el Primer Contacto, Pohl desarrolló un relato muy crudo del que nadie querría ser protagonista. Y, salvo por el hecho de que su historia se fundamenta en la disponibilidad de la tecnología del «ansible», lo que nos propone resulta terroríficamente plausible. Primero, porque las distancias que nos separan de otras civilizaciones avanzadas serán, con toda seguridad, astronómicas en un sentido muy literal; y las condiciones medioambientales en las que vivan tan diferentes, que nunca sería posible un «cara a cara». Y en segundo lugar, porque creo que la naturaleza humana sería capaz de aceptar las condiciones de esa «compra de personas», ya que está planteada muy bien para jugar con el conflicto interno entre valores morales y beneficios económicos. De hecho, el relato Space Traders, de Derrick Bell (convertido en guión para un episodio de una serie de ciencia-ficción negra, llamada Cosmic Slop, emitido por la HBO) sospecho que le debe bastante al relato de Pohl.

-Los exploradores del voor, de Poul Anderson.

Cuarenta años después, su propuesta puede seguir teniéndose en consideración como una opción válida a los problemas de su temática: la exploración del espacio. El principio tecnológico del relato, por desgracia, sigue siendo una utopía; pues aún no somos capaces de transferir el contenido de un cerebro humano a un procesador informático, y mucho menos lograr que la clonación física vaya pareja a una imitación de la personalidad del individuo inicial. En cualquier caso el relato, moviéndose entre lo romántico y lo dramático, elucubra con solvencia sobre qué sería de unos seres sentientes «obligados» a una eternidad de autoconsciencia sin todo aquello que los definía. Y plantea una interesante dilema sobre la forma de colonizar exoplanetas.

-Grandes giras de evasión, de Kit Reed.

Ante una temática como la inmortalidad, la autora planteó un remedo de solución, un tanto naïf, al dilema de la vejez. Y aunque su idea podría ser del agrado de muchos, no resultaría práctico (si bien soslaya el problema de la superpoblación de una humanidad inmortal). Al tener como protagonistas a un grupo de ancianos, y sobrevolar alrededor de ellos el sueño de recuperar la juventud, no pude evitar que me recordaran a la película Cocoon (y, de hecho, algún personaje me resultó bastante familiar); pero, a pesar de haber calificado su propuesta como inocente, el trasfondo del relato no deja de ser terrible: el deterioro de la edad, y el desesperado anhelo de conseguir lo que les ha vedado su clase social (porque aquí, como sería de esperar en la vida real, la inmortalidad está solo al alcance de quien puede pagarla).

-Esquemas para tres narraciones enigmáticas, de Brian W. Aldiss.

Inclasificable. Un ejercicio literario que ignoro si alguien había probado antes, o si se han atrevido a imitar después. La temática (el espacio interior), le sirve para explorar la consciencia propia de un modo muy poco ortodoxo. Porque, en ese contexto, creo que la propuesta de Aldiss no puede ser más genial. Como escritor, no se me ocurre mejor manera de describir la manera en que trabaja mi mente, que a través de la sinópsis «improvisada» de un relato; o de tres, como es el caso. Una lectura un tanto lisérgica ante la que nadie puede quedar impasible.

-¿Qué es el hombre?, de Isaac Asimov.

Usando la misma fórmula que lo convirtió en un clásico de la edad de oro de la ciencia-ficción, Asimov se despacha con una vuelta de tuerca irreversible contra los conceptos de su universo literario. Parece lógico que los responsables de la antología pensasen en él para hablar sobre robots y androides… Y eso es lo que hace aún más curioso que, el mayor exponente de la literatura de robots, aprovechase la oportunidad  para escribir su «último relato» sobre el tema; describiendo el discurso lógico que podría llevar a una IA autoconsciente a quebrar sus Tres Leyes de la Robótica. Ese ir en contra de su legado es lo más reseñable de una historia que, como suele ser costumbre en el maestro Asimov, no deslumbra con su prosa.

-Nosotros tres, de Dean R. Koontz.

Para cualquier lector familiarizado con el terror, la presencia de Koontz entre los autores anteriores le habrá resultado tan intrigante (supongo) como a mí, ya que nunca lo he relacionado con la ciencia-ficción. Aunque, desde luego, la temática que le ofrecieron (los niños extraños), suele tender a desviarse hacia lo oscuro y demostrar que la especulación científica no siempre es halagüeña (como el propio Koontz recuerda, al mencionar Más que humano entre las obras sobre la futura evolución de nuestra especie). Y aunque el concepto fundamental de su relato se puede catalogar de «ciencia-ficción blanda», no tarda en sumergirse en las tenebrosas aguas del terror, con tres niños dignos de asustar a El pueblo de los malditos.

-Ratas espaciales del CCC, de Harry Harrison.

Al igual que Asimov, Harrison colabora en ésta antología con un relato que juega a ser «el último». Con poco más que tres personajes, y un montón de estereotipos de la opereta espacial (armas desintegradoras, naves espaciales más rápidas que la luz, tecnología imposible…) articula una historia disparatada. Una parodia caústica que busca el corazón del género… para arrancárselo y pisarlo delante de nuestras narices. Aunque, quizás más interesante que el propio relato sea la reflexión final que la acompaña. Pues en ella postulaba Harrison que la space-opera era un género sin futuro y al que se debía enterrar a la mayor brevedad posible, pues ya había dado todo lo que podía ofrecer al desarrollo de la ciencia-ficción. Una condena que podía parecer irrefutable en 1975, cuando se publicó el libro… Y sobre la cual querría saber si meditó dos años después, con la entrada en escena de Star Wars.

-Viajes, de Robert Silverberg.

Todos somos hijos de nuestra época, y eso hace que muchas veces la sensación de familiaridad con un texto fluya en el orden inverso al que debería. Ese es el caso de esta historia de Silverberg, ya que todas las similitudes que pueda encontrar se basarán en obras posteriores a su relato, con casi total seguridad. Para empezar, su planteamiento de universos paralelos me recordó un poco a La tierra larga (salvando todas las distancias en sus fundamentos). Y, como aficionado a las ucronías, debo decir que admiro el trabajo de condensación de ideas que llevó a cabo con este relato. Solo en esas páginas hay bastante material con el que inspirarse para escribir una docena de novelas (aunque, como es de esperar, se dejase llevar por algunos de los tópicos de ese género). Y todo ello con la idea del viaje físico trasplantado al viaje entre universos: el impulso del retorno al hogar que anida incluso en los espíritus más vagabundos.

-El maravilloso y polivalente transmógrafo, de Barry N. Malzberg.

Mientras leía este relato, no dejaba de pensar en qué posibilidad había de que hubiese influído a Philip K. Dick parte de su ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. Pero luego, revisando la cronología, descubrí que el Órgano de ánimos de Penfield podría ser anterior. En cualquier caso, el temor a que la humanidad pierda el contacto con la realidad (o decida evadirse por completo de un mundo que no le resulta soportable), parece que fue la previsión más evidente para ambos autores. El tema de la máquina incontrolable, en ese aspecto, sigue siendo igual de tenebroso, con la televisión como máximo exponente, incluso sin una revolución en la realidad virtual.

-El humo de su cuerpo se elevó para siempre, de James Tiptree Jr.

Este es el relato que más me chocó de la antología. Quizás porque se vale de un lenguaje «sucio», que no tengo vinculado con los autores de esa época. Y, además, el narrador deja escapar ciertos toques de obsesión enfermiza que te hacen sospechar del  protagonista. Prefiero pensar que, como justificación de su historia, Tiptree escarba en las partes menos agradables de la naturaleza humana para poder dejarnos con ese sabor amargo al final de la narración; ya que, al fin y al cabo, cuando a alguien le plantean hablar sobre lo que puede quedar después del holocausto, no debe de ser fácil imaginarse un cuadro bucólico. Su reflexión final también es bastante interesante, al especular sobre las razones para el rechazo de los lectores hacia las distopías, y porque reconoce haberse inspirado en algunas ideas de un antiguo parapsicólogo para plantear el relato.

-Algo para nosotros, temponautas, de Philip K. Dick.

Supongo que, si algo define la base de la ciencia-ficción, es la idea de «ir más allá». Por eso, muchos de sus temas son «el viaje». Y además de otros mundos y los universos invisibles, el viaje en el tiempo es un clásico desde los inicios del género. Pero cuando el tema se deja en manos de Dick, resulta sencillo saber que no vamos a circular por una trama al uso. Así que aquí nos encontramos con la historia de unos viajeros del tiempo, narrada en clave similar a las misiones de la NASA en la época de la carrera espacial, con un desastre, y unos personajes que se han visto arrastrados a una trampa temporal que hasta el último momento no se revela en toda su crudeza. Un ejemplo de cómo ese espíritu optimista de la edad de oro de la ciencia-ficción se había desvanecido por completo a mediados de los setenta.

Es todo lo que puedo contar, salvo animaros a buscar un ejemplar en alguna biblioteca y comenzar a disfrutar de su lectura. Y, por supuesto, que os atreváis a desafiar a la casualidad, entrando en la librería de segunda mano más cercana.

 

Stranger Things 2: La dificultad de mantener el listón.

Por R. G. Wittener.

Voy a empezar este artículo con una afirmación que sonará incoherente: la segunda temporada de Stranger Things ha sido, al menos, tan buena como la primera; pero no creo que el formato de «secuelas» sea el que mejor le viene a ésta serie. Yo, personalmente, considero que deberían de haber optado por un planteamiento similar al de American Horror Story y, por más que sea fan del personaje de Eleven, los guionistas deberían haber mantenido su idea original de no «resucitarla». Algunos héroes brillan más cuando se sacrifican.

Dicho esto, insisto: nadie que disfrutase con los episodios de la primera temporada podrá haberse sentido defraudado con lo que los Hermanos Duffer y Shawn Levy nos han ofrecido este otoño. Un éxito que era fácil de obtener conmigo, ya que me ofrecen los contenidos de dos de mis libros favoritos de King: la niña con poderes sobrehumanos que el gobierno quiere convertir en un arma (Ojos de Fuego), y el grupo de adolescentes capaces de enfrentarse al monstruo que los adultos no pueden ver (It). Y si a eso le añadimos el factor fan de lector de cómics de superhéroes mutantes, cualquiera puede imaginar con qué gusto he devorado las dos temporadas de la serie.

Empecemos por lo fácil. ¿Qué ha sido lo mejor de estos nueve capítulos? Pues en primer lugar, sin duda, las escenas protagonizadas por el grupo de chavales. El espíritu de los Goonies continúa flotando sobre cada una de ellas, como en la primera temporada; con esa combinación de emoción y humor tan especial, que consigue hacernos desear volver a ser unos críos y poder formar de esa pandilla. Y algo genial que han hecho ha sido el desarrollo emocional de los personajes. Obligados por la estructura de tramas en paralelo que ha constituido la temporada, eso sí, pero han acabado distribuyendo a los protagonistas en parejas que, en varios casos, han funcionado de una manera brillante. Y no me refiero solo a Hopper y Joyce, o a Nancy y Jonathan, sino a Steve y Dustin, o Hopper y Eleven. Sobre todo ésta última, que nadie podía imaginarse al principio de la temporada; pues el choque del ultraprotector Hopper contra las ansias de reunirse con sus amigos de Eleven han acaparado los momentos de mayor intensidad de la serie (con la salvedad de Will y su madre). En cualquier caso, cada emparejamiento ha servido para perfilar a los personajes y mostrar también el proceso de maduración propio de su edad.

Por otro lado, hemos vuelto a disfrutar con el revival ochentero que ya se convirtió en sello particular de la serie en la primera temporada. A los fans que vivimos aquellos años siendo unos críos nos han regalado una plétora de referencias a esa década, unas veces más discretas y otras más obvias: los Cazafantasmas, los videojuegos clásicos, el Dungeons and Dragons… que han servido para llenar Youtube con vídeos en los que intentan recopilar todas, y de paso demostrarte cuántas se te pasaron inadvertidas.

Y ahora, la píldora amarga. ¿Qué es lo que menos me ha gustado? Quizás la trama de Max y su hermanastro, Billy. Porque durante la mayoría de la temporada han tejido una neblina de secretos en torno a quiénes eran en realidad y qué circunstancias los habían llevado a Hawkins; provocando toda clase de elucubraciones (yo llegué a pensar que eran delincuentes fugados), que se resolvieron luego de un plumazo en un par de escenas. Y aunque la solución podría ser aceptable respecto a su pasado, que la relación entre Max y Billy se equilibrara con una simple demostración de fuerza por parte de ella no me acaba de cuadrar con todo lo que me habían mostrado antes. Aparte de que, si su trasfondo iba a ser tan «mundano», bien podrían haber ido eliminando el misterio episodio a episodio. Y eso me lleva a mi otro motivo de descontento con la serie: su duración. Incluso aumentando la longitud en un episodio, se ha hecho demasiado corta. Demasiado concentrada. Y, si no me equivoco, eso se ha debido al hecho de mantener a Eleven en la historia. Tanto su huida, como el encuentro con su «hermana mutante» y su entrenamiento, han respondido a la necesidad de organizar una trama para ella y, a la vez, mantenerla lejos de un argumento principal que no habría resistido que interviniera antes. Además de que su encuentro con Kali, concentrado y refinado hasta el límite para reducirlo a un episodio, ha abierto líneas que merecería la pena explorar. Incluida la posibilidad de un viraje moral que, por desgracia, no podían permitirse en el que se ha convertido en su personaje estrella.

Y esto nos deja con el final de la temporada: mi mayor motivo de preocupación cara al futuro de la serie y sus personajes. En primer lugar, el hecho de que persista la amenaza de «el otro lado» parece vaticinar (aunque confío en que no será así) que seguiremos estancados en Hawkins y la misión de sus jóvenes protagonistas volverá a ser cerrar el portal desde el que llegue el mal. Esperemos al menos que no vuelvan a usar a Will como víctima/huesped/chico de los recados… Aunque el mayor dilema será comprobar cómo se resuelve el elemento más desequilibrador de la serie: Eleven. Un personaje que los Hermanos Duffer han reconocido que no entraba en sus planes para la segunda temporada, y que va camino de replicar el síndrome de Sylar y Fénix, esto es, obligar a los guionistas a bregar con un personaje tan poderoso que no tiene rival (¿quizás Kali podría ejercer ese papel en el futuro? ¿O volverá su falso padre con medios para torturarla de nuevo?). De hecho, Hopper parece destinado a convertirse en un remedo del Profesor-X, e ingeniárselas para evitar que su recién adoptada y muy impulsiva hija no acaba convertida en otro icono literario de los 80: Carrie.

Eso sí, no me malinterpretéis. A pesar de todas estas dudas y reticencias, confío en que el equipo creativo logrará desarrollar otra historia que haga la tercera temporada memorable. Stranger Things cuenta con unos personajes muy interesantes, y en estos nueve episodios hemos atisbado varias líneas argumentales que bien podrían fundamentar una nueva tanda de aventuras para Lucas, Will, Mike, Dustin, Max y Eleven. Es solo que me angustia pensar en la posibilidad de que se arruine una de mis series favoritas, antes de lograr convertirse del todo en una obra de culto.

 

El Futuro es Ahora, VVAA. James Crawford Publishing.

Por R. G. Wittener.

 Creo que una de las mayores satisfacciones que puedes tener al comentar obras ajenas es que una editorial se ponga en contacto contigo para saber si te interesaría reseñar sus títulos. Quiero pensar que esa es una señal de que lo estás haciendo bien, y de que hay gente que se fía de tu criterio. Así que al recibir la oferta de JCP (James Crawford Publishing) me alegré bastante. Primero por hacerme esa propuesta, y después por permitirme descubrir otro de los proyectos que, con modestia y tesón, está pugnando por dar visibilidad al género escrito en España.

El futuro es ahora, la última antología que han organizado, se presenta como un homenaje a la Ci-Fi en general, y a las publicaciones que se dedicaron a difundirla a nivel nacional desde finales de los 70 (BEM, Asimov, Nueva Dimensión…); para lo cual han recuperado varios relatos de ésa época, entre cuyos autores se cuentan algunos de los representantes más curtidos del género: Rafa Marín, Rodolfo Martinez, Juan M. Aguilera, Ángel Torres Quesada… a los que acompañan «nuevas plumas» como Pilar Barba, Laura López Alfranca, Alfredo Álamo o Ramón San Miguel.

Una vez hechas las presentaciones, ¿cuál es mi impresión? Pues, en términos generales, el resultado es desigual. Como en algunos equipos deportivos, las tablas acumuladas por los veteranos se hacen de notar al compararlos con los «novatos». El manejo de los recursos del género, e incluso la capacidad para hacer género con textos que no lo parecen a primera vista, les ponen un par de escalones por encima; de modo que el nivel final del conjunto acaba siendo un tanto heterogéneo. Lo peor, aunque se trate de casos aislados, son los relatos cuyo estilo narrativo me ha recordado esos tópicos negativos que se le aplicaban antaño a las obras de Ci-Fi: narraciones un tanto acartonadas, reiteración de explicaciones científicas, personajes demasiado estereotipados… lo cual, en cierto sentido, tampoco deja de ser coherente con la idea de «revival» de las historias de hace medio siglo que subyace en la antología. En cualquier caso, como digo, no se trata de un defecto generalizado y, si lo comento, es precisamente por la extrañeza que causa en una publicación actual. Aparte de eso, y dado que hay relatos «recuperados», me atrevo a aconsejar a JCP que para próximas ediciones añadan una nota para saber dónde y cuándo fueron publicados originalmente.

En cuanto a los relatos en sí, mi lista de preferencias estaría compuesta por cinco de ellos (que, en realidad, son siete):

«Con dados cargados«, de Rodolfo Martínez. Mi favorito, probablemente por su temática (los viajes en el tiempo), que exprime a la perfección y que ha servido para que aumente mi admiración por él tras leerle en «La sabiduría de los muertos». Su relato nos presenta el duelo de lógica entre un viajero «fuera de la ley» y el agente enviado a detenerle para que nunca finalice su ingenio… con un final insospechado que te obliga a querer saber más sobre cuántica y singularidades temporales.

«Harím no podía llorar«, de Alfredo Álamo. Historia centrada en los avances en la clonación, la ingeniería genética, la acumulación de poder por grandes conglomerados financieros y la prolongación de la vida por medios mecánicos, cuya ambientación en la cultura hindú me hizo recordar por momentos «La chica mecánica» de Paolo Bacigalupi. Desarrollado en torno a un asesinato y un personaje resentido con su posición en ese mundo, es uno de esos relatos que te dejan con ganas de pedirle al autor que continúe explorando los límites de su universo y creo que lo disfrutarán sobre todo los fans de Blade Runner.

«Ángel exterminador«, de Rafa Marín. Replicando muchos clichés de bandos polarizados que poblaban los libros y películas en la Guerra Fría, Marín desarrolla el encuentro en el espacio entre la multicultural embajada de la humanidad y una raza alienígena con la que, tras años de guerra, pretenden firmar un armisticio. Una historia de recelos continuos respecto «del otro» que podría recordarnos a un episodio de Star Trek.. si Marín no acabase llevándonos con una brutalidad inexorable hacia una versión muy pesimista ¿o debería decir realista? de lo que se podría esperar.

«Amanecer en la playa«, de Ángel Torres Quesada. Junto con «Atardecer en la playa» y «Anochecer en la playa» se trata, en realidad, de una historia sobre el fin del mundo dividida en tres relatos, que se han repartido a lo largo de la antología. Y el resultado es muy original; aunque, al primar en el primer fragmento lo místico-religioso, me dio la impresión de no encajar con el resto; mientras que el segundo te pilla de sorpresa al traer de vuelta a los personajes desde un punto de vista diferente, y el tercero cierra el círculo de la narración con unos de esos finales que te hacen imaginar al autor, riendo de forma siniestra en una noche tormentosa.

«Todo lo que un hombre puede imaginar«, de Juan M. Aguilera. Homenaje a uno de los padres de la Ci-Fi, que comienza con lo que debe de ser un sueño para muchos aficionados: viajar al pasado para conocer en persona a Jules Verne. La segundo mitad, sin embargo, me resultó mas compleja porque Aguilera pasa a hablar de realidades autocontenidas como matrioskas rusas, describiendo una estructura de esfera armilar cuya apariencia y dimensiones no me fueron fáciles de asimilar.

Aparte de estos, también quiero reseñar «El intruso fantasma«, de Ramón San Miguel, que se basa en la problemática de las paranoias en los viajes interestelares para desarrollar su historia bajo un esquema de terror y posesiones; «Cromatóforo«, de León Arsenal, con una narración muy sencilla y austera sobre los misterios que les aguardan a los colonos de otras planetas (desarrollando, de paso, la previsible evolución de sociedades y morales divergentes con respecto a la Tierra, y entre los distintos planetas); «No significa nada«, de Anika Lillo, que repasa un tópico del género como los contactos con alienígenas de una forma muy breve; y «Cuestión de circuitos«, de Laura López Alfranca, con una historia sobre los riesgos de que la cibernética acabe por permitir a terceros el manipular nuestros sentidos y la propia realidad que nos rodea, haciéndonos vivir el espejismo (o la pesadilla) que elijan.

En definitiva, una colección de relatos que, como poco, hará pasar un rato entretenido a los aficionados a la Ci-Fi, y servirá para tratar con esta mezcla de veteranos y primerizos del género… espero que para despertar la curiosidad y querer leer más cosas de ellos.

El futuro es ahora. VVAA
Editorial: James Crawford Publishing
Fecha de publicación: Septiembre 2017
Precio: 10€ / Ebook: 2,95€
Páginas: 256
Formato: 13×20 cm. Rústica
ISBN: 978-15-39081-64-7

 

¿Matará el éxito a Juego de Tronos?

Por R. G. Wittener

Después del trepidante verano al que nos ha sometido HBO con la séptima temporada de Juego de Tronos, lo cierto es que la sensación de un buen número de aficionados es de insatisfacción. O, al menos, esa es la interpretación que yo hago de los comentarios que he recibido de mis amistades y de lo que veo en los canales de YouTube que sigo. Un efecto provocado por la forma en que se han planteado estos episodios, y que es el resultado de los problemas de la productora para manejar una serie con hechuras de superproducción cinematográfica.

Para empezar, la séptima temporada ha estado marcada por los saltos temporales más radicales que nunca antes se habían visto en Poniente. Ha sido, por así decirlo, una temporada express. Y aunque ya habíamos tenido algunos ejemplos de «acción acelerada» en episodios de la sexta temporada (la llegada del Rey de la Noche al refugio del Cuervo de Tres Ojos, o la muy comentada ubicuidad de Varys en el último episodio), hasta este año la acción de cada capítulo transcurría en un lapso de tiempo que se medía en días y había una percepción general de «simultaneidad relativa» entre los lugares en que se desarrollaban las tramas. Viajar de un punto a otro podía alargarse durante dos o tres episodios, y hasta hemos tenido temporadas en las que la trama de unos personajes consistía precisamente en narrar las peripecias de su viaje (Arya y el Perro, o Brienne y James); algo que, tras el primer episodio de la última temporada, mudó en desboque de caballos y en trastocar ese acuerdo entre la serie y sus seguidores, por el cual no se producían grandes elipsis temporales, y mucho menos de forma sistemática.

De modo que los espectadores nos hemos encontrado no solo con personajes, si no con ejércitos completos que «saltaban» de un punto geográfico a otro, obligándonos a entender que habían transcurrido días (por no decir semanas) en un simple fundido en negro. Un recurso que, de pronto, comenzó a repetirse en un mismo episodio, dejando así lapsos de tiempo «en blanco» en los que las tramas de los personajes evolucionaban sin que nosotros lo pudiéramos ver. Todo lo cual ha hecho que la campaña de Daenerys por hacerse con el control de Poniente, que se presuponía al final de la sexta temporada como algo para recordar… lo haya sido, por la dificultad para seguir los continuos viajes de sus ejércitos, y por resultar más bien un fiasco (lo cual, como ya explicaré, era previsible en parte).

Personalmente, y aquí quiero hilvanar todo lo expuesto con mi comentario inicial, el causante de todo este cambio en el desarrollo de la serie está muy claro: la decisión de HBO de acortar la temporada a solo siete episodios. Una modificación justificada en el deseo de mantener la calidad de producción de cada capítulo sin querer aumentar el presupuesto global, a sabiendas de la cantidad de batallas que debían filmarse (y que los dragones y los Caminantes Blancos estarían presentes en muchos planos). Después de haber ofrecido momentos como la Batalla del Aguasnegras, o la Batalla de los Bastardos, estaba claro que no podían quedarse cortos en la que, parecía, sería la guerra final por el Trono de Hierro; unos combates que todos imaginábamos ya aún más épicos que todo lo anterior.

Lo malo ha sido que esta reducción de longitud no venía justificada (como yo mismo creía) porque tuviesen menos cosas que contar a nivel de personajes, si no porque habían optado por condensar las tramas. Por mi parte, y tras las temporadas anteriores, pensé que el «nudo» de la trama ya estaba resuelto. Que los personajes ya habían evolucionado hasta dejarlos completamente definidos y tocaba lanzarse hacia el desenlace final. Que su viaje estaba por concluir y ahora era el momento de mancharse las manos y ver quién salía vencedor del juego de tronos. Razoné que esta sería la temporada de la guerra entre Cersei y Daenerys, y la última serviría para detener a los Caminantes Blancos y despedir a los supervivientes en sus destinos finales. Pero no. No ha sido así. Aún quedaba bastante tela que cortar en los patrones de varios de los protagonistas. Y lo malo ha sido que, al enfocarse en conseguir que «el impacto visual de la serie estuviera a la altura», lo que ha salido perdiendo ha sido su otro soporte en el éxito: las tramas de poder. El fondo de los personajes. Antes he dicho que habían condensado las tramas, pero una definición más certera sería que las han pasado por un alambique hasta intentar quedarse solo con su esencia más concentrada, sin conseguirlo del todo. Esa precipitación de eventos, que nos llevaba de un momento intenso a otro (reduciéndolo al momento de mayor exaltación), ha obligado a «saltarse los preliminares» en la mayoría de las líneas argumentales: el retorno de los niños Stark, la relación de Jon y Daenerys, el choque de Cersei y Jaime… y, por encima de todo, la conspiración de Meñique.

Resumir lo ocurrido este verano es complicado, porque cada episodio ha constituido ya el resumen de algo que debería haber sido más elaborado. De hecho, y considerando que han querido dar cierta preeminencia al aspecto bélico de la temporada y, por tanto, a las batallas, ha habido unas cuantas que se han resuelto con un par de planos aéreos, un minuto de acción, y poco más. Nada de lo que habríamos esperado. Al menos, esa es mi impresión. Y además, para mayor fastidio, los personajes más vapuleados en la temporada han sido los del bando de «los buenos» (o ese es el balance que yo hago). Como ya he dicho antes, precisamente porque el ejército de Daenerys resultaba formidable, la lógica narrativa permitía adivinar que sufriría algún revés para igualar la balanza y hacer menos predecible el resultado de la guerra; pero yo, desde luego, no me esperaba que la debacle fuera tan catastrófica: el brillante Tyrion ha resultado ser un pusilánime como estratega, Daenerys ha pasado a ser una reina soberbia que hace oídos sordos a sus consejeros, sus aliados han pecado de una bisoñez militar pasmosa… y, en el norte, Arya y Samsa se han enredado en una pelea de niñas, cuya lógica solo estaba clara en la mente de los guionistas, y que se ha resuelto de una manera en la que algunas feministas se han sentido humilladas. En resumen, que todos esos personajes han defraudado a sus fans.

Para la última temporada, que al parecer se va a postergar hasta 2019 de forma definitiva, HBO ha anunciado un incremento muy jugoso en el presupuesto de cada episodio. Sin embargo, pretende mantener la misma extensión que este año (aunque algún capítulo podría superar con creces los 50 minutos de duración). El problema es que, visto lo visto, la semilla de la sospecha (al menos en mi caso) ya está plantada. Personalmente, cuando anunciaron los planes de «recortes» para las temporadas finales comencé a dudar de que pudieran cerrar la serie disponiendo «nada más» que de catorce episodios. Dada la cantidad de líneas argumentales y de personajes, por más que haya bajas de aquí al final, mi lógica me dice que sería necesaria una serie de «cierres de tramas en secuencia», al modo en que se hizo en El Señor de los Anillos.

Y aunque solo uno (o dos, si hay boda) se pueda sentar en el Trono de Hierro, creo que ningún aficionado se quedará tranquilo si no le explican cuál será el destino de su personaje favorito después del definitivo Final. Pero ahora, después de nueve años compartiendo las aventuras de estos personajes, temo que me enfrente a otra carrera de velocidad en cada episodio, y todo lo bueno que se podía decir de la serie se olvide por culpa de un «tapón mágico en el centro de la isla», provocado por centrarse más en la forma que en el contenido.

 

 

Comic: Las «verdaderas aventuras» de Valerian

Por R. G. Wittener.

Si ha existido una rutina en mi vida que haya practicado con tenacidad durante mucho tiempo, y que tuviera luego una influencia transcendente sobre quién soy, creo que la más evidente fue mi costumbre de acudir a diario a la biblioteca del barrio; durante la mayoría de mi etapa escolar, y se podría decir que hasta buena parte de la adolescencia, mis tardes transcurrieron sentado en la sala de lectura, con un libro en las manos (información que, espero, sea útil para el viajero espacio-temporal que deba viajar a mi pasado para convertirme en el héroe de alguna gran historia épica).

El hecho es que, además de muchos libros de aventuras, la biblioteca se nutría de vez en cuando con remesas de álbumes de cómics europeos (Tintín, Blueberry, Asterix, Lucky Luke, etc…) Unos tomos que provocaban revuelo y auténticas batallas los días de su llegada, para luego ser leídos y releídos con avidez cada vez que tenías la suerte de encontrar un ejemplar en la estantería, hasta que las páginas se desprendían y las pastas sufrían el castigo de tanto vaivén. En mi caso, uno de esos cómics eran las aventuras de Valerian. Una afición que, ahora, creo que se vio mediatizada por esa «combinación espacial» que se dio en la tele de los ochenta, y que no debe de ser ajena a quienes ronden ahora los cuarenta: cuando nuestros héroes de la tele se repartían entre la Batalla de los Planetas (más conocida como Comando-G), Ulysses-31, y Érase una vez… el Espacio. En aquella época me habría costado decidir si mi nave espacial favorita era el Fénix o la nave de Ulises, pero las únicas aventuras que podía disfrutar una y otra vez (aún faltaban años para el vídeo doméstico en mi casa), eran las de Valerian y Laureline. Una devoción que se concretó de forma reciente con la adquisición de todos los álbumes, para poder sumergirme en ellos de nuevo.

Con todo esto quiero decir que, para mi, los personajes de Mezières y Christin son viejos amigos cuyas peculiaridades tengo muy claras. He compartido con ellos suficiente tiempo como para reconocerles sin dudar entre muchos otros y, lamentablemente, no son los que me he encontrado en la cinta de Luc Besson.

Mi mayor frustración se centra, además, en el protagonista masculino. Valerian siempre fue un Han Solo sin Chewbacca, un tipo cuyos planes se limitaban a saltar por sorpresa sobre los enemigos y confiar en que la fortuna le sería propicia y le permitiría escapar sin un rasguño. Un ligón «a su pesar», capaz de seducir a casi cualquier forma femenina del universo. Un irresponsable, en definitiva, bastante cercano a los 007 del cine. Todo lo cual no acaba de encajarme con ese agente aniñado que encarna Dane DeHaan, y aún menos con su devoción amorosa por Laureline (que, en los cómics, siempre fue tensión sexual no resuelta). Valerian debería haber sido interpretado por algún actor cuya presencia física estuviese cerca de Matt Bomer o James Franco, al menos. Alguien de quien te creyeras que, de verdad, ha estado de parranda con medio universo y al que envidiaras su sonrisa porque sabes que eso le basta para engatusar a una chica.

Por otro lado (y en contra de muchas críticas que han aparecido), Cara Delevigne sí ha dado vida a una versión más próxima a Laureline (o, dicho de otro modo, comparando las encarnaciones de los dos protagonistas, al menos ella ha estado más cerca de la imagen mental que podria hacerme de su personaje). La respondona, avispada e independiente muchacha que pasa de aldeana medieval a espía intergaláctica (muy próxima a la Leia de El retorno del Jedi), ha quedado mejor plasmada en la película; aunque el guión decidiera obviar su peculiar origen, Delevigne casi parezca la niñera de DeHaan y el asunto de su relación sentimental ocupe demasiado tiempo en la trama de ambos (lo cual me veo cada vez más obligado a considerar que es así para intentar convencer al espectador de que existe algo parecido a química entre ellos).

Por supuesto, no voy a negar que la tecnología le ha permitido a Besson dar forma a un universo estéticamente muy cercano al de los cómics. Algo que no puede sorprendernos a sus fans tras haber visto El quinto elemento, aunque ha sido una suerte comprobar que podía crear otra space opera alejándose de la imaginería de Moebius y, sobre todo, de Gaultier. Incluso la nave de Valerian (base para la creación posterior de El halcón milenario) ha salido muy bien retratada, a pesar de que no debo ser el único que hubiese querido ver en más detalle su interior. Y aún así, considero que la estupenda recreación estética de la película no puede disculpar un guión sin apenas sorpresas en sus giros argumentales, ni esa falta de apego al espíritu de uno de sus protagonistas, precisamente en una obra cuyos mayores jueces tenemos a los personajes tan interiorizados.

Es por eso que, para iluminar a quienes no hayan tenido aún la oportunidad de disfrutar de las «verdaderas» aventuras de Valerian y Laureline, quiero recomendarles la lectura de algunos de los álbumes que considero más representativos (y enzarzarme en discusiones con quienes piensen que me dejo alguno fuera, o que incluyo tramas menores).

«Mundos Ficticios«. Aventura en la que Laureline se erige en protagonista principal, mientras dirige a un sinnúmero de clones de Valerian a la búsqueda de un extraño personaje que está recreando fragmentos del pasado terrestre en otros planetas.

«Los pájaros del amo«. Una de sus historias más oscuras. En un mundo desprovisto de mucho del color y el humor que suelen impregnar los álbumes, la población sufre la tiranía de «El amo», y temen el ataque de sus pájaros.

«Los héroes del equinoccio«. En un mundo envejecido, la aparición de nuevos niños es imposible mientras no llegue un héroe que viaje hasta una isla sagrada. Pero ninguno de sus habitantes lo ha logrado, así que solicitan ayuda al exterior. Y la Tierra ha escogido a Valerian para que los represente, frente a los miembros de otros planetas cuyos estilos de vida encarnan conocidos estereotipos sociales.

«El embajador de las sombras«. El álbum que ha inspirado gran parte de «La ciudad de los mil planetas» de Besson (y que permitirá así comparar a los personajes). En la gran base galáctica de Punto Central, el embajador de la Tierra es secuestrado y la misión de rescatarlo recae en nuestros héroes, descubriendo por el camino a muchos de sus peculiares habitantes.

«Metro Châtelet, dirección Cassiopea» – «Los rayos de Hypsis«. Esta es la gran saga de Valerian y Laureline. Una aventura a lo largo de cuatro álbumes (incluyendo «Estación Brooklyn, final de línea el cosmos» y «Los espectros de Inverloch«, en la que una amenaza a la integridad del espacio-tiempo obliga a Valerian y Laureline a actuar como espías encubiertos en la Tierra de finales del siglo XX. Una historia que tiene toques de Bond y Expediente X, en la que se exploró en profundidad la relación entre sus protagonistas mientras los autores elucubran sobre el futuro de la humanidad… y la esencia de lo divino.

Quizás siete álbumes, en una colección que sobrepasa la veintena, puedan parecer pocos. Pero animo a quien sienta curiosidad sobre el universo de Valerian a leerlos, con la convicción personal de que no podrán resistirse a conocer el resto de sus aventuras. Las «de verdad». Las que hicieron que un crío que pasaba horas en la biblioteca se acabara convirtiendo en escritor.

 

-CINE- Atómica: La guerra fría, más bien tibia.

Por R. G. Wittener

Atómica se ha presentado en los cines bajo las credenciales de adaptar una de las novelas gráficas mejor valoradas de los últimos tiempos, La ciudad más fría, y cómo vehículo de lucimiento de las dotes combativas de Charlize Theron. Una película en la corriente de agentes secretos “a lo Bourne”, situada en el Berlín de los días previos a la caída del Muro.

Lamentablemente, mi opinión tras ver la cinta no es muy favorable. Y me duele que sea así, por dos razones: la primera, que soy un devoto espectador de este género desde que vi Nunca digas nunca jamás en mi pre-adolescencia. He visto todos los Bonds, de Connery a Craig; las andanzas de Bourne; las Misiones Imposibles de Ethan Hawk; hasta los Jack Reacher. Y todos los he disfrutado, en mayor o menor medida, recuperando ese sueño infantil de ser el héroe que sale indemne a cualquier peligro que le pongan por delante sus enemigos. Soy, con muy pocas dudas, el público objetivo de estas películas. Y lograr que salga del cine desencantado no puede ser buena señal.

El segundo motivo para lamentarme es que, tras Colombiana, creo que se puede decir que el género ha vuelto a defraudarme con una de sus “grandes apuestas” (Salt, por muy fan que sea de Angelina Jolie, ni siquiera la considero en esta categoría). Y que, por desgracia, el traspiés coincide de nuevo con el hecho de poner a un personaje femenino a la cabeza del reparto. Lo que me hace meditar si, cada vez que surge una película con estas características, no me estaré obsesionando con la ilusión de que el resultado me ofrezca la esperanza de verla convertida en una saga…

Respecto a la fidelidad de la adaptación, debo decir que no he leído La ciudad más fría; así que no puedo hacer una comparación de primera mano. Pero las reseñas que he encontrado hablan de un tono muy diferente: una historia más deudora de LeCarré que de Fleming, y una Lorraine Broughton cuya encarnación sería Sigourney Weaver antes que Theron. Unos cambios que, teniendo tras las cámaras a uno de los directores de John Wick, quizás eran de esperar (aunque ignoro si estarían previstos desde el mismo origen del proyecto). En cualquier caso, esos comentarios me han despertado la suficiente curiosidad como para querer conocer la versión original y contrastar las experiencias.

Y, a todo esto… ¿qué me ha defraudado tanto en Atómica? Pues la primera mitad, casi por entero. El planteamiento de la trama y la caracterización de personajes me resultaron flojos, cuando no estereotipados, o propios de un primerizo. No creo que exista peor forma de presentar a una super espía que hacer decir al jefe del servicio de inteligencia «Según su expediente, está usted muy capacitada para la misión…»; sobre todo, si lo haces después de haber mostrado al personaje recuperándose de una monumental pelea. Y lo peor no es eso, si no la forma en que van y vienen ciertos secundarios, cuyas motivaciones y/o fidelidades deberían interesarnos y acaban por no importarnos porque el director los trata como atrezzo (mientras que, lo reconozco, el personaje de Theron es estupendo: ese vaso de vodka siempre en la mano, esas miradas de estar de vuelta de todo…). Pero, en una trama de agentes dobles que afecta desde el KGB a la Inteligencia Francesa, no es lógico que asistamos a un pim-pam-pum de viajes entre Berlín Este y Berlín Oeste, sin que se logre crear misterio respecto a quien será el traidor, y a una escena de amor lésbico cuya única justificación parece ser aprovechar los desnudos de Theron y Sofía Boutella.

Y ahí radica la mayor de mis quejas. En su escasa capacidad para crear dudas respecto a quién es bueno y quién es malo. Desde el mismo inicio ya vemos a un «aliado» de Broughton que demuestra no ser trigo limpio y con cada decisión que toma no hace si no obstaculizar la investigación. De hecho, nos revelan sus oscuros intereses hacia la mitad de la cinta. Y aún así, los guionistas obligan a la protagonista a mostrarse mucho menos perspicaz y expeditiva de lo que cabría pensar (y de lo que ha sido) ante un posible traidor. Insisto. En una película cuya baza principal del argumento sería jugar al misterio con el bando al que realmente se debe cada personaje.

La segunda mitad, eso sí, más enfocada a la acción, hace remontar la cinta hasta un aprobado a base de un espectacular despliegue de artes marciales mixtas (dejándonos claro que no queremos vernos involucrados en una pelea callejera con Theron). Y aún así le encuentro varios peros. El más importante, un fundido en negro en un momento en el que esperas una escapada digna de Bourne o Ethan Hawk, que me hizo descubrir lo que puede ser un «coitus interruptus» en una escena de acción. Por otro lado, la escasa tenacidad de los bandos rivales tampoco es que ayuden a proporcionarles un poco de carisma. Y esa representación de Berlín Este como una ciudad «rebelde a pesar de todo», llena de punks, fans del break-dance y de suciedad, choca con la imagen que hemos visto hasta ahora.

Así pues, debo decir que esta Atómica me ha dejado con mal sabor de boca. Insisto, sobre todo por el hecho de que me parece que es otra oportunidad perdida para ofrecer una protagonista capaz de codearse de tú a tú con los Bond o los Reacher (porque, por más que Charlize de el tipo, no creo que los resultados de Atómica permitan pensar en una secuela que arregle los fallos de ésta cinta). Y, a la espera de que se concrete el rumor de una 007 femenina, no parece que nadie esté dispuesto a apostar por un proyecto sólido que coloque a una mujer luchando contra los supervillanos del espionaje mundial. ¿Quizás debería plantearse alguien la adaptación definitiva de Modesty Blaise?

-CINE- SPIDERMAN HOMECOMING: EL HOMBRE ARAÑA VUELVE A CASA

Por R. G. Wittener

No creo que me equivoque si digo que, desde que se estrenó Iron Man (2008) y, sobre todo, Los Vengadores (2012), la inmensa mayoría de fans del Universo Marvel comenzaron a soñar con ver a todos sus personajes reunidos en la gran pantalla, después de décadas penando como franquicias fallidas en diferentes estudios. No en vano, este nuevo proyecto cinematográfico ha ido creando enormes expectativas respecto a los niveles de calidad y espectacularidad que podría ofrecer a los fieles a la «Casa de las ideas»; y, con los fiascos de esos personajes cedidos (Daredevil, Elektra, los Cuatro Fantásticos, X-Men…) frescos aún en la memoria, parecía que el retorno de los derechos y la reunificación era poco menos que cosa hecha. Craso error (como el último reboot de los Cuatro Fantásticos se encargó de demostrar… muy dolorosamente).

Es por eso que Spider-man: homecoming se ha convertido en un leve rayo de esperanza. Su aparición en Capitán América: Civil War fue ya una sorpresa que pocos creímos que pudiera repetirse, y me imagino que los beneficios derivados de esa colaboración habrán tenido mucho que ver con la «receptividad» de Sony para trabajar de nuevo con Marvel. Lo malo es que, a pesar de existir un compromiso  para volver a trabajar juntos en una secuela (y hasta una tercera película), el retorno definitivo del lanzarredes a su casa seguiría pendiente (y eso, sin contar con posibles desencuentros futuros entre ambas compañías).

¿Qué es lo que intento decir con semejante diatriba? Pues que conviene ir a disfrutar de esta versión del hombre araña, porque no sabemos qué le deparará el futuro (y el listón se ha puesto tan alto, que las comparaciones van a volverse peligrosas).

Por aquello de ir creando un poco de polémica diré que, mis películas favoritas de entre todas las versiones que se han realizado hasta la fecha, eran el Spiderman-2 de Sam Raimi y el primer Amazing Spiderman. La de Raimi, porque su Doctor Octopus me encantó (tanto la caracterización como el trato del personaje), para entonces ya nos habíamos acostumbrado a Kirsten Dunst como Mary Jane Watson y ratificamos que J.K. Simmons había nacido para el papel de J. J. Jameson. Aparte de que el humor gamberro de Raimi conjugaba a la perfección con la tradición del hombre araña. El primer Amazing, por otra parte, recuperó algunos detalles canónicos (el lanzarredes) y devolvió a Peter a su etapa post-adolescente y a los líos del instituto… a costa de invertir las reticencias de los espectadores respecto a la elegida para encarnar a su amor platónico: mientras Kirsten Dunst fue demasiado Gwen Stacy, Emma Stone siempre habría sido mejor M.J. (aunque tendrá el honor de haber interpretado una de las muertes anunciadas mejor recreadas en este género).

¿Ha superado Spider-man: homecoming a esas películas? Sí. ¿Dejarán los fans del personaje de encontrarle peros y fallos respecto a su versión «canónica»? No. Por empezar con las cosas buenas, hay que reconocer que eltono de la película está muy bien ajustado. Ese adolescente pre-púber que nos presentaron en Civil War sigue siendo aquí un muchacho sobrepasado por los poderes que ha adquirido, que intenta ser aceptado como un igual entre sus héroes (iba a hacer un paralelismo con su situación de inadaptado en el instituto, pero el «ratón de biblioteca» Parker no sufre ya el acoso de los cómics. Supongo que por evitar «normalizar» el bullying entre los niños que vayan a ver la película). A esta propuesta de «héroe por hacer» colaboran mucho el dificilmente reemplazable Robert Downey/ Tony Stark, interviniendo cuando la situación supera a su joven pupilo, y la IA del traje hipertecnológico que le regala (visto el jugo que le han sacado a Jarvis, alguien debió de pensar que estaría bien replicar la fórmula. Pero, aunque el recurso les permite saltear con diálogos simpáticos escenas en las que Spiderman debe estar solo, coincidiré con quienes lo consideren una «libertad creativa» excesiva). Por otro lado, y rematando esa idea de que el personaje está aprendiendo a ser Spiderman, tenemos varias escenas muy simpáticas en las que vemos a Peter Parker creando ese chuleta gamberro que sirvió de modelo a Deadpool.

¿Qué más puedo resaltar de la película? A Marisa Tomei como la Tia May, y los chistes a costa de su rejuvenecido aspecto, que parece van a ser un sello de esta versión. A Michael Keaton, un Buitre más que solvente y atemorizante, cuyo origen y trama se ha enlazado con la de otros enemigos tradicionales de Spiderman, en lo que sospecho puede ser un intento por recuperar la idea de hacerle combatir contra los Seis Siniestros. Aparte de que, con su integración en el Universo Marvel, podemos esperar verle como personaje invitado en casi cualquier película que ocurra en Nueva York.

Dicho todo lo anterior… ¿Qué es lo que, a mi parecer, falla en la película? Pues unas cuantas cosas. Sobre todo, ese alivio cómico adicional del amigo del instituto. Porque, al igual que la IA del traje, me parece que es una solución original (quizás demasiado original) para trasladar al cine un recurso narrativo imposible de trasladar desde el cómic al cine, y que constituye un aspecto característico del personaje: el monólogo interior. En las viñetas, Peter Parker madura muchas de sus dudas existenciales mientras patrulla enfundado en su traje de mallas. Pero, donde la IA es chocante y simpática, este amigo «nerd» de Peter me resultó, sobre todo, cargante.

Mi otro gran problema con la cinta se puede calificar, probablemente, de exigencia de fan acérrimo (algo que, por otra parte, no creo ser). Pero se trata de una rotura del cánon que me resultó demasiado caprichosa (ATENCÍON: ALERTA DE SPOILER): el cambio de nombre de M.J. Porque, sí, han creado un personaje que se comporta como podríamos esperar de esa Mary Jane rebelde e incontrolable de los cómics, siempre lista para soltar alguna frase graciosa… le han dado su nombre…. y se lo han cambiado (las iniciales siguen, su significado no). ¿Queja absurda? Quizás. Pero, como digo, después de dos horas esperando a que pronunciase esas iniciales, el cambio me pareció caprichoso en exceso (FIN DE ALERTA DE SPOILER).

Aparte de eso, no se me ocurren muchos detalles más que criticar. Me lamento, como otros, por seguir sin volver a ver ese «bullet time» que Raimi aprovechó para recrear el sentido arácnido; una solución técnica que no merecía perderse. O que la Tia May, que en los cómics siempre actuó un poco como «brújula moral» de Peter haya perdido parte de ese papel a favor de Tony Stark y ese amigo «nerd» del que he hablado. Y, sin querer extenderme mucho más, tampoco le veo sentido a que, como si el contacto con Iron Man lo hubiese impregnado todo, la identidad secreta de Peter Parker acabe poco menos que como un secreto a voces. Algo que sí va muy en contra de la naturaleza del personaje.

Y eso es todo lo que puedo decir sobre la nueva versión de Spiderman. Si acaso, repetir que es la más entretenida y divertida de las que he visto, e insistir en desearle un próspero futuro… desprovisto de reboots.

 

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